He aquí una palabra de la que todo el mundo habla hoy. Nadie puede vivir sin ella porque la vida sería muy difícil si faltara. Una palabra que va directa al corazón, pues evoca los momentos en los que nos encontramos maravillosamente bien, distendidos, confiados y gozosos de amar y ser amados… Una palabra que sintetiza afecto, calor, dulzura y consuelo.
Hemos sido educados para la competitividad, para la lucha, para la defensa, no para la ternura. La educación para la ternura exige la revalorización del mundo afectivo. Y exige también el desarrollo de competencias que permitan expresar, dar y compartir ternura. Necesitamos ser acariciados para crecer. Necesitamos también acariciar. La caricia libera. Dice Jean Paul Sartre: “La caricia no es un simple roce de epidermis; es, en el mejor de los sentidos, creación compartida, producción, hechura”.
La ternura es un valor tan necesario en nuestra vida como el aire o el alimento. Se alimenta de cosas pequeñas que brotan del corazón: una mirada, una mano, una sonrisa, un gesto, una palabra, un estímulo, un aliento… Una puerta abierta a los sufrimientos más íntimos, más secretos, más recónditos, aquellos que apenas nos atrevemos a balbucir… La ternura es un producto raro. Sin embargo, sin ella, el hombre y la mujer no llegarían a ser verdaderamente humanos. La ternura aparece cuando nuestras relaciones humanas dejan de ser utilitarias, cuando no esperamos necesariamente algo de los otros. Comienza con el respeto y el reconocimiento de su libertad. Ella está en la base de una sana y profunda alegría del vivir. La ternura nos hace vulnerables, pero nos convierte en más humanos. Tenemos la misma edad que nuestra ternura.
La ternura es a la vez un impulso, un sentimiento y una actitud. Suele estar suscitada por un ser, objeto o acontecimiento lleno de gracia, que nos emociona. Se traduce en un movimiento o gesto que tiende, a la vez, a su protección y a confirmarle en su individualidad. Consuela al hombre de su limitación, de su condición perecedera. Expresión frecuente de la ternura es la caricia. La ternura está en el centro y al comienzo de la constitución del hombre. La ternura forma parte de una constelación de palabras que intentan precisar un campo en el fondo inefable. Se emplea, con frecuencia con matices diversos como dulzura, suavidad, apaciguamiento, indulgencia, benignidad, etc.
Hemos de ser tiernos con las personas, con los animales, con las cosas, con el mundo. La ternura sólo es posible en el marco del respeto a los otros. Hemos de abandonar la lógica y la estrategia de la guerra, hemos de practicar la ternura familiar, escolar, social, laboral. Porque así podremos ser y hacernos más felices. Es imposible acariciar a otra persona sin sentirnos tiernos, a la vez, con nosotros mismos. Somos tiernos con los otros cuando lo somos con nosotros mismos.
La ternura está en aquello que parece pequeño pero que se hace grande en el corazón. El beso sincero, el apretón cálido de manos, el abrazo inesperado, una mirada llena de cariño que nos dice… ¡estoy aquí, puedes contar conmigo, pocas palabras en un papel que dicen todo… No descuide el saber manejar el amor y el saber darlo, ya que al hacerlo usted estará dando vida a este mundo maravilloso puesto que así estará dando paso a la ternura que lo alimentará y hará que en su paso por esta dimensión sepa aprovechar su magia transformadora. ¡Apena un mundo sin ternura!.